jueves, 10 de enero de 2013

Ecualizando para el gran concierto



Lo sé, es una palabreja incómoda. Aproximadamente, el 90% de los bajistas ―y no bajistas― apagan su cerebro al leer la palabra "ecualización" (o sus siglas EQ) y dedican sus neuronas a asuntos de mayor provecho. No se les puede culpar. La ecualización llega a producir grandes dolores de cabeza. Sobre todo, a tus compañeros de grupo, en pleno local de ensayos, el día que te haces con un amplificador nuevo y empiezas a combinar distintas posiciones de los potenciómetros. Si has sobrevivido es porque tocas con buenas personas. Como siempre, hay de todo. Los hay que piensan que la ecualización es la clave de todo, igual que los hay que piensan que la longevidad es algo que inventaron Led Zeppelin y Deep Purple. Algunos casos comunes:

  1. Descubres una combinación de botones que te aporta un sonido grueso, espeso y demoledor. Pero, al tocar slap, dicha combinación resulta impráctica.
  2. Diseñas tres combinaciones de botones para las tres técnicas que usas: dedos, púa y slap. Además, te has agenciado un conmutador de tres posiciones que te permite cambiar de una a otra sin perder un segundo. La tarde del concierto, en plena prueba de sonido, descubres que la acústica del local las deja inservibles.
  3. A mitad de concierto decides que necesitas más graves y giras el botón de tu amplificador a tope. Al bajar del escenario, nadie te habla.
          
Sí, el tema de las frecuencias ha conseguido que muchos demos vueltas en la cama. ¿Por qué no podemos sonar siempre como (nombre de tu bajista favorito) en (nombre del disco favorito de tu bajista)? Olvídate. Vale más sonar decentemente que intentar sonar siempre como Roger Glover en “Machine Head”.

Digamos, de paso, que sonar bien en directo es complicado. No para ti, sino para cualquier terrícola sin el presupuesto de los Rolling Stones. Peor aún: el día que suenas de miedo no hay nadie que lo  grabe… o lo haga con fidelidad, puesto que eso también es complicado. Por un lado están los directos al aire libre con un viento nada despreciable, que se lleva tus notas a Plutón, o una pared de frontón a cincuenta metros, que te las devuelve a bocajarro; por otro, los directos de interior en una sala que fue pensada para cualquier uso menos el de sala de conciertos. Si tienes suerte, puede que toques en un auditorio. Si el auditorio tiene suerte, puede que lo diseñaran con idea, en cuanto a estructura y materiales. Ojo: un mal técnico de sonido puede arruinar el mejor auditorio (siempre recortando gastos).

Desde luego, motivos de sobra para desconectar cuando vemos la palabra “ecualización”, pero, ¿hay algo que se pueda hacer? Algunos consejos:

  1.  Seguir desconectando al ver la dichosa palabra. Tu cerebro no es tonto. Sabe que, cuanto más sepas sobre ecualización, más te vas a obsesionar. Sólo intenta ayudarte.
  2.  Intuitivamente, es fácil saber si el entorno es demasiado oscuro y reverberante o demasiado brillante y seco. ¿Cómo? Porque lo dicen tus orejas, que también intentan ayudarte. Si sobran graves, recorta; si faltan, añade. Y lo mismo con los agudos. ¿Medios?, ¿existe eso?
  3.  Si el entorno se excede en complicación, sonríe. Tú has ido allí a tocar, no a medirte con los elementos.
  4.  Si el técnico de sonido, a pesar de ser algo friki, demuestra tener orejas, ponte en sus manos. Si no, envíalo a hacer puñetas (mentalmente) y confía en las tuyas. Sin dejar de sonreírle, claro.
  5.  No te pases la prueba quejándote del técnico de sonido. De noche hay un largo camino hasta el aparcamiento.
  6.  Relájate.
  7.  Relájate más.
  8.  Relájate del todo. Es más cuestión de volumen que de ecualización.

Recuerda que la ecualización puede esparcir el volumen de tu bajo, y es lo contrario de lo que queremos. ¿Cómo saberlo? Muy fácil: si al subir el volumen de tu amplificador da la impresión de que este no se da por enterado, corrige la ecualización. Cuando vayan de la mano volumen y ecualización, empieza a templarse la cosa.